Impulsado por su constante crecimiento económico, China está golpeando las puertas de los países productores de alimentos. La lechería Argentina se enfrenta a una posibilidad histórica. Un negocio prometedor que exige compromiso en cadena y reglas de largo plazo. Las expectativas son tan grandes como el mercado que se pretende alcanzar.
Con más de 1.300 millones de habitantes China es el país más poblado del mundo, algo así como sumar 33 veces la República Argentina. Una sola de sus provincias (Sichuan) suma 100 millones de personas en una superficie apenas superior a la provincia de Buenos Aires. Su apodo de “gigante asiático” no refiere sólo a su tamaño geográfico sino a su empuje económico que ensombrece el crecimiento de potencias como Japón, EEUU o Alemania. China autodefine su éxito bajo el eslogan “economía socialista de mercado”, donde el Estado mantiene su fachada comunista y un centralismo infranqueable, pero con flexibilizaciones lógicas del capitalismo moderno, una llamativa estrategia que desde 1979 a la fecha le ha permitido crecer a un ritmo vertiginoso, a pasos agigantados y sin pausa.
Es así que en poco más de 30 años China alcanzó un crecimiento anual promedio del 9% en su producto bruto interno (PBI) real, creciendo su consumo percápita más de seis veces. Según el banco mundial, el gigante asiático contribuye en 0,5 puntos al crecimiento económico mundial que promedia los 4,0 desde la última crisis internacional en 2009. La estimación reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), que evalúa las 34 economías más poderosas del mundo, prevé que en 2011 la actividad económica mundial crecerá un 4,2%, siendo China el país que liderará la tendencia con un impresionante 9,5%.
Más datos. La influencia global de este país asiático se puede apreciar si se considera que China ya es el principal productor y consumidor mundial de muchos productos industriales y agrícolas clave, tales como acero, cemento, carbón, fertilizantes, televisores a color, ropa, cereales, carnes, pescados y mariscos, verduras, frutas y algodón. ¿Y cuál fue el secreto de tanto empuje?
La industrialización, la urbanización y la globalización de China han ocasionado que el resto del mundo preste mucha atención a los esfuerzos de este país para llevar a cabo un desarrollo sostenido. Las reformas económicas implementadas por China a partir de 1979, generaron uno de los procesos de transformación más intensos en la historia económica de las últimas tres décadas. China adoptó una estrategia gradual de liberalización y apertura hacia la inversión extranjera directa mediante la implementación de políticas que dieron resultado, sin importar si eran inconsistentes con la ideología comunista.
Seleccionando gradualmente las políticas que funcionaban, se otorgaron incentivos de largo plazo a las empresas y se impulsó la producción y propiedad privada del campo, el comercio y las industrias. Para ello se utilizó la competencia a fin de incentivar la productividad y se facilitó la importación de tecnología y el desarrollo de capital humano, el cual aún está lejos de alcanzar a todos sus habitantes.
Dichas reformas políticas y económicas le permitieron quintuplicar su PBI en 30 años, transformándose en una verdadera economía de mercado, que gracias a las ventajas de radicación para capitales internacionales, convirtieron a China en la segunda nación con mayor inversión extranjera directa (IED) en el mundo, después de EEUU. En 2010 la IED en China sumó la impresionante cifra de 105,7 billones de dólares.
Es un gigante despertando y avisando al mismo tiempo que como tal está dispuesto a pisar fuerte en la economía mundial, a competir y básicamente a consumir, e ir acercando a su población al bienestar de estilo occidental. Para esta titánica misión, necesita de todos los países del mundo, en mayor o menor medida, porque su decidido crecimiento recién ahora empieza a recortar la brecha que históricamente separó al Sudeste asiático del mundo capitalista desarrollado, el cual le llevaba más de un siglo de ventaja.
En esta faena, China tiene muchos cabos sueltos que de a poco está ordenando, que son disimulados a fuerza de sorprendentes índices de desarrollo, pero que así como generaron riqueza en pocas décadas, agudizaron también la desigualdad social. Pobreza, trabajo precario, escasa cualificación laboral, territorios ociosos y una brecha de desarrollo técnico preocupante entre las zonas rurales y los ejidos urbanos, son algunas de las materias pendientes. Hace 30 años el 72% de la población vivía en zonas rurales; hoy el 52% permanece en el campo y en su mayoría en condiciones de miseria y precariedad como antaño, especialmente varias de las 50 minorías étnicas que habitan China. Un dato negativo entonces: en el gigante asiático hay actualmente 300 millones de pobres, 20 millones de indigentes y una tasa de alfabetismo que apenas supera el 75%.
La oportunidad
Como bien lo analiza el economista Carlos Seggiaro, el poder consumista de China no sólo viene dado por su exponencial crecimiento poblacional, su densidad demográfica, sino por el incremento en los ingresos económicos de sus trabajadores. “Hace tres años atrás un asalariado chino percibía 60 dólares mensuales; hoy gana 300″. De hecho, ahí está otro de los secretos de China para intentar equilibrar el crecimiento del PBI con el desarrollo social: su política de control del aumento demográfico, política impulsada en los años ’90 para frenar el desmedido aumento poblacional y mejorar las condiciones de los 500 millones de habitantes en situación precaria en ese entonces.
“Los chinos que van saliendo de su situación de pobreza, comienzan a consumir más y mejor, en especial alimentos de calidad nutricional que antes no comían”, señala Seggiaro. Hoy el gigante rojo tiene un segmento poblacional de ricos que alcanza los 40 millones y una porción de 200 millones que podrían considerarse clase media, con empleo formal y acceso a todos los servicios y a una alimentación variada. Pero atrás viene un segmento similar que empieza a mejorar sus magros ingresos y se incorpora de a poco al público consumidor de proteínas de calidad (carnes, lácteos, cereales), dejando atrás los rudimentarios hábitos de subsistencia.
La oportunidad es evidente. China necesita alimentos y esto no es una novedad: alimentan al 22% de la población mundial con sólo el 7% de las tierras cultivables. Ellos no pueden producir la cantidad que consumen y físicamente sus tierras tampoco se lo permitirían. Por eso están buscando en regiones del mundo donde los productos agropecuarios abundan. En la mira de sus necesidades no están EEUU o Europa sino América Latina: Méjico, Venezuela, Brasil y Chile ya poseen un fuerte comercio bilateral con China. Argentina también puede aprovechar e intensificar el convite asiático, ofreciendo lo que la caracteriza en el mundo enter sus productos agropecuarios. No sólo materias primas, sino principalmente productos elaborados.
Seggiaro indica que en 2008 China importaba 45.000 tn de leche en polvo entera desde distintos países productores; en 2009 esa demanda subió a 170.000 tn; en 2010 a 320.000 tn y se estima que al final de 2011, China habrá comprado al mundo más de 450.000 tn de leche en polvo. Son sus principales proveedores Nueva Zelanda, Australia, EEUU, Alemania y Francia, principalmente, pero con un marcado interés del gigante por acrecentar el comercio bilateral con Argentina en materia de lácteos, un negocio que se encuentra precisamente en ciernes desde junio de este año, cuando comenzaron las misiones comerciales de ambos países.
“Es un proceso muy fuerte que representa un cambio en la dieta de alimentación de esta gran región del mundo –explica Seggiaro-. A nadie le importaría si los uruguayos cambian el nivel de ingresos y los hábitos de su alimentación, pero sí le interesa a los países como el nuestro que la región más poblada del mundo empiece a demandar lo que nosotros producimos”.
Claro que el negocio de Argentina no debe caer en una dependencia, puesto que China sería capaz de tomarse de un sorbo los 2.000 millones de litros de leche exportables del país, sino explorar las formas de consolidar un comercio que ofrece infinitas posibilidades a través de los productos con valor agregado, proteínas, sueros, “specialities” y por qué no, genética y tecnología lechera mediante la exportación de embriones y semen nacional. Algo de esto ya se hace y mucho aún queda por hacerse.
Según este analista económico, Argentina está empezando a aprovechar estas oportunidades, incluso el MERCOSUR, con Brasil a la cabeza. “Los brasileños están yendo en ese rumbo mucho más rápido que nosotros: hace unos meses anunciaron que su principal cliente comercial pasó a ser China, relegando a EEUU y Europa. Y Argentina va en ese mismo camino. No olvidemos que más allá de nuestra afinidad cultural con Europa, ellos vienen cerrándole las puertas cada vez más a nuestros productos y cada vez nos quieren ver menos por sus países, comercialmente hablando, mientras que el sudeste de Asia está levantando la mano todos los días, diciendo ‘acá estamos, necesitamos y podemos comprarles alimentos’”, comenta Seggiaro.
Los deberes empresarios
Este escenario plantea oportunidades que no llegarán como regalo del cielo, sino luego de un estudio y un compromiso con la producción y el comercio en serio. “No sólo es un desafío de Estado, sino de las empresas argentinas también. Nuestros empresarios deben proponerse explorar mercados de oriente sobre todo con productos de valor agregado y no sólo con materias primas, porque es una gran oportunidad para crecer”, opina el economista.
En el caso puntual de la lechería, Carlos Seggiaro ve un horizonte promisorio. “La película que veo es de exploración y desarrollo de negocios en los mercados asiáticos. Pensemos en el suero en polvo, que hace 15 años no sabíamos dónde tirarlo y hoy es un producto creciente en su necesidad porque se usa para hacer un montón de productos alimenticios, como galletitas, helados, etc. Claro que hay desafíos logísticos y de falta de experiencia, pero Chile y Brasil hace años que lo hacen y tenemos que aprender de esa gimnasia empresaria tal como lo hicieron nuestros vecinos”.
Como bien concluye el Lic. Carlos Seggiaro, “el futuro de la mayor parte de los negocios de alimentos argentinos ya no está en Europa o en el norte de América, sino en el sudeste asiático”.
Fuente: http://www.nuestroagro.com.ar
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