Una reflexión sobre aquellas inflexiones del discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, durante la apertura del año legislativo, en los cuales instaura "momentos estelares", donde las palabras salen desde el estómago, desde alguna profundidad del alma.
El austríaco Stefan Zweig, un representante del liberalismo europeo de la primera mitad del siglo XX, en su exquisito libro Momentos estelares de la humanidad se dedica a recuperar instantes sobresalientes del pasado occidental que él denomina “catorce miniaturas históricas”.
Para Zweig, “ningún artista es durante las 24 horas de su jornada diaria interrumpidamente artista”; por eso, amigo consecuente de la singularidad, define “momento estelar” de la siguiente manera: “Lo que por lo general transcurre apaciblemente de modo sucesivo o sincrónico se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide.
Un único ‘sí’, un único ‘no’, un ‘demasiado pronto’ o un ‘demasiado tarde’ hacen que ese momento sea irrevocable para cientos de generaciones, determinando la vida de un solo individuo, la de un pueblo entero e incluso el destino de toda la humanidad”.
Me gusta esa definición porque ayuda a encontrar algunos nodos del pasado y el presente. Momentos estelares puede haber en la historia universal, pero también se los puede hallar en los ámbitos locales. E incluso en la vida personal.
Todos hemos tenido alguna que otra vez, un momento estelar, en el que nuestra vida se reduce, se condensa y, al mismo tiempo, estallan nuestra identidad y todas sus posibilidades. La presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, también tiene “momentos estelares” propios en el ámbito público.
Se me viene a la memoria, por ejemplo, el discurso en José C. Paz , a principios de 2011, cuando la Presidenta, con la voz entrecortada por la angustia, les dijo en la cara a todo el Peronismo que “ella no se moría por seguir siendo presidenta” y que no siguieran presionándola o extorsionándola porque, palabras más o menos, largaba todo y se volvía a El Calafate.
Lo que la Presidenta había logrado allí era convertirse en la única líder política –lo sigue siendo- con un vínculo personal, afectivo, empático, "desde la familia", con millones de hombres y mujeres, y que trascendía la mera representación para convertirse en identificación.
Es decir, además de ser la líder política que gobernó los últimos cuatro años, es una mujer de tono agónico que convoca desde lo estrictamente humano, casi como en una tragedia shakespeareana.
Es en ese momento en que la política se hace historia, entonces, cuando los hombres y mujeres que la protagonizan son atravesados por profundas encrucijadas humanas, por la obligación de tomar íntimas decisiones de acuerdo a necesidades e intereses cruzados.
"¿Qué es exactamente un momento “CFK”? Nadie puede desconocer las cualidades oratorias de la Presidenta, tampoco se subestima el caudal de conocimiento que tiene -cifras, datos, información- pero se trata de otra cosa. Hay instantes en determinados discursos de la Presidenta que no pueden ser ecualizados."
Durante el discurso del viernes, durante veinte minutos, volvió a ocurrir lo mismo. Se hizo un silencio pesado. Como si todos los que estaban participando de esa liturgia republicana advirtieran que en pocos segundos más sobrevendría uno de esos momentos “CFK” que dejan pasmados a quienes escuchan a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Entonces comenzó a hablar de la AMIA y el auditorio comprendió que allí estaba ocurriendo algo diferente en términos políticos y humanos.
¿Qué es exactamente un momento “CFK”? Nadie puede desconocer las cualidades oratorias de la Presidenta, tampoco se subestima el caudal de conocimiento que tiene -cifras, datos, información- pero se trata de otra cosa.
Hay instantes en determinados discursos de la Presidenta que no pueden ser ecualizados, que no pueden ser medidos en términos intelectuales si no que atraviesan capas más profundas de la comunicación.
Como si estuvieran dichos desde el estómago, desde alguna profundidad del alma. Que son pequeños momentos estelares de la historia del kirchnerismo.
La Presidenta cambió incluso el tono de voz, la inflexión, la intimidad. Incluso se echó el flequillo detrás de la oreja. Dijo que ella no era como esos “pusilánimes vegetativos que hacen la plancha”, recordó toda su actuación en la comisión investigadora de los atentados de la Embajada y la AMIA, y luego sinceró la cuestión: señaló a las autoridades de la comunidad judía como responsables también del encubrimiento, dijo que no estaba dispuesta a que Argentina sea utilizada como tablero de ajedrez de conflictos internacionales, pidió honestidad y seriedad a sus colegas políticos para analizar la cuestión y, finalmente, repitió como una angustiosa letanía: “yo quiero saber qué pasó, quiero saber, quiero saber”.
Y allí no hubo posibilidad de no comprender las capas de corrupción y complicidad, de silencios y ocultamientos superpuestos que hacen difícil el esclarecimiento de la causa y sepultan la posibilidad de justicia para las cien personas, aproximadamente, que fueron asesinadas en los dos atentados.
Post Scriptum: Seguramente, este momento no fue el más importante del discurso de la presidenta en términos políticos. Posiblemente esta nota debería haber versado sobre las leyes que reformarán el Poder Judicial. Sin embargo, se trató del instante más bello y profundo del discurso de Cristina Fernández de Kirchner. Y no quería dejarlo pasar de largo.
Fuente: Télam
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