El rasgo que retrata más acabadamente a De la Sota es la
impudicia en el discurso. Esto se vincula, a su vez, con ese desprecio
por la inteligencia del público que es habitual en los demagogos de la
derecha; algo que se manifiesta, en este caso, como adicción al “circo”,
al uso político de la fiesta cuartetera y el choripán gratis. Sería
impropio, no obstante, asociar al delasotismo sólo con estas prácticas,
repudiables. La mirada atenta ha de recordar que la crítica gorila
tachaba a Perón por un hipotético “pan y circo”, que entonces era “el
reparto de la riqueza”, “la demagogia” que habría de “corromper al
pueblo”. Se impone, por tanto, establecer que no estamos confundiendo
las cosas, que no cuestionamos los festivales delasotistas por lo que
son en sí mismos, o lo que podrían representar asociados a una política
nacional y popular. Hablamos, con toda claridad, de lo que son
concretamente, en el esquema propagandístico armado por el gobernador:
una “máscara” para tapar, con el auxilio de un género musical y bailable
apreciado popularmente, el rostro verdadero de una fuerza que defiende a
los núcleos más concentrados del poder económico y la oligarquía
agraria, pero desea presentarse como continuidad histórica del
peronismo cordobés, preservando electoralmente su base tradicional.
Es
natural, esa pretensión. Ese fue, precisamente, el “plusvalor” del
menemismo, para el sistema de poder al que sirvió en los 90, llevando
adelante aquello que Alfonsín, tras la salida de Grinspun y la
capitulación ante el FMI, no podía imponer, sin enfrentar la resistencia
del movimiento sindical y de un sector del peronismo, propensos a
defender el interés nacional y la justicia distributiva.
Ahora
bien, como señalaba Montesquieu, la corrupción se inicia como abandono
de los principios. En el caso en cuestión, por ser el fruto de la
degeneración histórica de un movimiento popular, el fenómeno delasotista
es paradigmático. Carece de adeptos; hace de la militancia un bien
transable, una mercancía que nadie regala. Nadie defiende una causa,
allí. Todo tiene un precio. No obstante, ya que la política debe
encontrar votantes, y alguna justificación relacionada con sus orígenes,
se apela a banderas y a símbolos vaciados. Sin evitar, no obstante, que
aflore la inautenticidad en la propia figura de su máximo
representante, que jamás pudo lograr que sus mensajes parezcan
sinceros, pese a los consejos de sus asesores de imagen. Y, lo que es
más grave, escapar al juicio de aquellos ciudadanos que pueden advertir
la diferencia, no menor, fundamental, que existe entre la conducta de
una clase dirigente que quiere perpetuarse y un grupo de salteadores
vulgar y corriente: la total irresponsabilidad, en este último caso, por
lo que sus actos actuales causarán mañana, la adopción del célebre
“después de mí, el diluvio”. Esa fórmula, sustancial en la promesa de
una célebre reducción del 30% en los impuestos, que le permitió ganar la
gobernación de Córdoba por primera vez, ha logrado ocultar, hasta hoy,
cuál es el recurso que permitió su puesta en práctica: el crecimiento
exponencial de una deuda provincial que, tarde o temprano, nos llevará
al abismo, a una réplica cordobesa de la crisis terminal del 2001.
Lamentablemente,
mientras esto no llegue bailaremos cuarteto, sobre el Titanic cordobés.
Esto es lo que hoy vemos, potenciado por la voluntad de postularse a la
presidencia en el 2015, como proyecto capaz de enterrar el ciclo
inaugurado por Néstor Kirchner, en el 2003.
A la izquierda del kirchnerismo o cómo gastar más con el mismo ingreso
Todo
lo dicho sirve para entender que De la Sota intente, ahora, situarse a
la izquierda del gobierno nacional y lo acuse de usar “recetas
monetaristas” y “achicar” los salarios. Sin privarse de cuestionar, como
todos los monetaristas, cualquier intento de controlar precios: “El
congelamiento de precios no sirve. A esta película ya la vimos y el malo
siempre se lleva a la rubia más linda”, dice, sobrador, con su cara de
piedra, olvidando que Perón fue cuestionado con ese argumento, al
practicar con firmeza y rigor adecuado ese control, en su primer
gobierno. La incoherencia es lo de menos, importa lograr dos objetivos
opuestos: 1) confundir al movimiento sindical y la clase trabajadora,
disipando la sospecha de vastos sectores que perciben al delasotismo
como fuerza que responde al poder económico concentrado y los
terratenientes, contra el interés de la nación y sus grandes mayorías;
negar la objetividad de las dificultades económicas relacionadas con la
crisis global, crear la imagen de que Córdoba es una isla feliz, gracias
a su gestión y lesionar, en río turbio, la simpatías ganadas por el
gobierno nacional, volcando ese apoyo a favor del delasotismo; 2)
reafirmar, al mismo tiempo, ante los enemigos del proyecto encabezado
por Cristina, que él es el campeón de la oposición neoliberal, aunque
por razones de conveniencia “se vista de seda” ¡Qué mejor prueba que
hablar mal del control a los formadores de precios, para el sensible
oído de los oligopolios y la especulación comercial!
Hasta
“La Voz del Interior”, que publica el sábado las insólitas
declaraciones, advierte lo que constituye una inversión de roles, sin
explicar el sentido profundo de la cuestión; para destacar, únicamente,
que, en contra de la pauta salarial docente fijada nacionalmente, el
gobierno de Córdoba, más “generoso”, ofrece a los docentes el 26% y
logrará (presumiblemente) comenzar las clases sin un paro, “ya que los
maestros recibirán el aumento más alto del país”. Y, “como si esto fuera
poco”, desde el pasillo del colectivo De la Sota promete (o propone),
al pasajero incauto, una reducción del IVA a los alimentos del 10% y un
hermoso incremento del 50% mínimo no imponible del Impuesto a las
Ganancias; medida que llevará “más dinero en la calle para el consumo y
así podremos combatir el flagelo de la inflación”, ya que “no se sale
con recetas monetaristas como (increíble, el “como”) controlar precios y
achicar el salario”. Nunca, en una declaración, “una vidriera” tan de
Cambalache: ¿dónde se vio que un monetarista controlara precios? Sí los
vimos achicar el salario, desde Martínez de Hoz hasta Cavallo, alguien
muy apreciado en la vereda delasotista. ¿Cómo puede decirse que aumentar
el consumo sea un modo de combatir la inflación? ¿no será necesario
además inversión? Claro, pero De la Sota sabe que prevalecen en la
Argentina grandes empresas, formadoras de precios, que basan su
especulación en no incrementar la oferta de bienes y no desea señalar
esto. ¿Al fin y al cabo, qué importancia tiene hablar con seriedad de
algún asunto? Enfermo de electoralismo, quiere quedar bien con “dios y
el diablo”, sin respetar la razón y las leyes económicas, que también
olvida pensando en el cuarteto. Así, la nave va… Además, no sólo se
trata de ser generoso con “la plata ajena”, el presupuesto… de la
Nación. Se trata, también, y más seriamente, de practicar una típica
política neoliberal: desfinanciar al Estado y endeudarlo, después, con
el capital financiero, que “vive” precisamente de “financiar” estados,
denunciar el desequilibrio que ellos mismos crearon e imponer “ajustes”,
hasta que llegue el caos y estallen los pueblos.
Una referencia necesaria a la política nacional de redistribución del ingreso
Lo
señalado, hasta aquí, no implica ignorar, o silenciar de mi parte, la
crítica de las determinaciones que el gobierno nacional ha ido
adoptando, de un tiempo a esta parte, en lo referente a la demanda de
actualización del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias y la
política salarial; temas que se vinculan, por otro costado, al modo de
relacionarse con el movimiento obrero y la clase trabajadora, que
algunos confunden con el conflicto con la CGT presidida por Moyano y, lo
que es aún más arbitrario, con la perdida de rumbo que en el caso del
camionero se expresa en sus vinculaciones con fuerzas o figuras del
campo antinacional, a los que en modo alguno puede tomárselos como
aliados lícitos para corregir las “contradicciones internas del
movimiento popular”, por reales y serias que éstas sean.
Intentemos
poner un poco de claridad en el abordaje de asuntos que contribuyen a
oscurecer los extravíos del jefe de la CGT de Azopardo, por un lado, y
los juicios del coro de “aplaudidores seriales” que, como ocurre siempre
en los procesos de transformación, medra en las alturas de la gestión
popular, incapaz de cumplir el rol crítico, imprescindible para procurar
que se corrijan errores de la conducción suprema.
En
primer lugar, no puede ignorarse que todos los sectores del movimiento
sindical y la clase trabajadora, en todas sus manifestaciones, están
resistiendo la decisión presidencial en relación a Ganancias y a fijar
para las paritarias un tope de aumentos del 20% y que esta circunstancia
tiende a socavar el respaldo entusiasta de los asalariados al
gobierno, un respaldo que a su vez consideramos imprescindible si se
pretende dar continuidad al curso de acción nacido con el triunfo del
2003. Las condiciones impuestas por la rebelión agraria del 2008 y la
experiencia histórica general del país prueban que, sin el firme sostén
(fundado en la identificación con un gobierno que sienten suyo) de las
clases populares y de los sindicatos, en particular, un proyecto popular
no puede enfrentar una ofensiva destituyente de la derecha social, el
capital extranjero y sus socios nativos. Consecuentemente, lo que
pareciera expresar una voluntad del gobierno de poner freno al curso
virtuoso de la recomposición del ingreso que caracterizó la década de
los gobiernos kirchneristas, debe ser visto como un riesgo, en relación a
la meta de sostener la vigencia del curso actual. Pero, podría decirse
que atravesamos un momento de crisis global y que esto impone ciertos
sacrificios. Esta noción, sin embargo, es insostenible, si el gobierno
se niega, al mismo tiempo, a impulsar cambios que obliguen a tributar a
la renta financiera y el año termina con bancos que ganan el 37% sobre
patrimonio neto y rechaza el proyecto del diputado Recalde, que proponía
restablecer el impuesto a la herencia y la distribución de ganancias de
las sociedades anónimas, para aliviar con ello el peso creciente sobre
los salarios obreros del Impuesto a las Ganancias. Por último, sin que
ello implique menospreciar su importancia, estas determinaciones,
visualizadas como un viraje tendiente a complacer las expectativas del
empresariado por diversos sectores del mundo del trabajo, fueron
adoptadas en el marco de un proceso signado por la ruptura de los
canales de participación anteriormente establecidos y la impugnación de
los métodos de la acción gremial. Es vano ocultar este contexto, que se
manifiesta hoy, en el deterioro de las relaciones con la CGT de Caló,
con el expediente fácil de “disparar contra Moyano”, cuya ofuscación de
“toro herido” ha sido en verdad políticamente funcional al propósito de
sus críticos, el mismo coro que antes sobaba al “compañero Moyano”.
Ahora
bien, ¿Existe verdaderamente una decisión de renunciar a la meta
formulada más de una vez de volver a una distribución más igualitaria
del ingreso? Creemos, con el ánimo de rectificarnos, si la realidad
muestra que es un error de apreciación nuestra, que de algún modo el
gobierno ha optado por favorecer el desarrollo, tal como lo entiende, de
lo que la propia Cristina ha denominado “un capitalismo serio”; que
definiríamos, desde nuestra óptica, como una especie de pariente
desarrollista del capitalismo nacional que preconizaba el General Perón,
cuya principal virtud, con relación al modelo hoy promovido, deriva del
rol que se asignaba al Estado, como impulsor decisivo del desarrollo
económico, ajeno a la vicios especulativos y cortoplacistas, que son
inevitables si nos ponemos en manos del capital privado, como quedó
probado con la experiencia de Repsol. Una perspectiva, aquella,
digámoslo con claridad, delimitando nuestra posición de aquella que
busca confundir la cuestión con apelaciones a “era otro tiempo”, mucho
más enérgica en el impulso transformador y, consecuentemente, más
receptiva de la necesidad de respaldarse tácticamente en la movilización
de las masas y en estimular su entusiasmo e identificación activa.
Conclusión
Desarrollar
más todo lo relativo a la situación nacional excede los límites de una
nota pensada para formular reflexiones sobre la demagogia delasotista,
que busca explotar la decepción episódica de los asalariados del país
creada por los errores de la política oficial antes señalados. El
silencio o la torpeza de los referentes k, a la hora de desbaratar la
maniobra del gobernador y la complicidad manifiesta de una parte de las
direcciones sindicales cordobesas con el delasotismo, deja en las manos
de los militantes de a pie, entre los cuales me encuentro, el desarrollo
de una defensa de la política general del gobierno que preside la
compañera Cristina, que para ser eficaz no debe seguir la “línea”
habitual de los ya mentados “aplaudidores seriales”, sino asumir la
tarea de sostener el debate de las contradicciones internas del campo
popular.
En
tal sentido, nos cabe señalar la falacia delasotista, que al ofrecer
aumentos un poco mayores a la pauta no escrita pero sí operada por los
funcionarios nacionales busca diferenciarse del gobierno nacional como
“más sensible a las necesidades de los trabajadores”, ocultando –una
vez más– que el secreto de la “generosidad” es la disposición
completamente irresponsable de proseguir ahondando el endeudamiento
provincial, para no cobrar impuestos a los ricos y satisfacer los
anhelos del capital financiero. La inconsistencia del discurso, ya que
De la Sota considera que se puede “engañar a muchos, durante mucho
tiempo”, sin recordar la sentencia del General Perón en sentido
contrario, no es un problema, para él. Nos cabe, por tanto, contribuir a
la lucha por desenmascararlo y derrotarlo, con una política que supere
las ambigüedades y la atomización reinante en el kirchnerismo cordobés,
en las próximas elecciones del mes de octubre. El artífice de la
transformación de lo que fue por décadas la fuerza mayoritaria del
pueblo de Córdoba y su clase trabajadora en una expresión de los
intereses minoritarios de los grandes terratenientes de la pampa gringa y
los grupos de poder locales y extranjeros, debe quedar reducido a lo
que esas minorías sumarían electoralmente si se las privara del aporte
de las grandes mayorías de nuestra provincia, carentes de una
representación provincial genuina, desde los lejanos tiempos del
gobierno popular de Obregón Cano y Atilio López.
¿Qué
recompensa podrían obtener los trabajadores de Córdoba, si secundaran
hoy los planes del gobernador, que son el motivo de todas sus maniobras?
El mismo premio que obtuvieron oportunamente los empleados y obreros
del Banco de Córdoba y EPEC, muchos de los cuales lo ayudaron a triunfar
frente a Ramón Mestre, después de escuchar en diálogo directo que no
pensaba privatizar nada.
La
hora de la verdad debe llegar a nuestra provincia, desbaratando
definitivamente el sueño neomenemista que el gobernador cordobés nos
impone a los cordobeses y quiere imponer a toda la nación.
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