sábado, 23 de abril de 2011

La campesina intendenta


“Recuperamos el respeto”

Tiene 40 años, es maestra de escuela primaria y madre de dos hijos. Llegó a Buenos Aires para asistir, como miles de campesinos, a la presentación de la Corriente Agropecuaria Nacional y Popular (CANPO) que se realizó en el Luna Park. Viajó desde un pequeño pueblo llamado Coronel Juan Sola, municipio de Rivadavia Banda Norte, en el ardiente chaco salteño. 

Pero Marcela Carabajal no es una mujer cualquiera: con el apoyo de familias pequeñas productoras rurales y de las comunidades wichi de la zona, ganó la intendencia de su pueblo en las últimas elecciones en Salta. Y sacó del poder a Atta Miguel Gerala, atornillado al sillón municipal desde hace 16 años, conocido por las denuncias en su contra por desvío de fondos y por tratar de “atrasados” y “brutos” a los activistas campesinos. Carabajal tuvo una diferencia de 38 votos a su favor en un municipio donde votaron cuatro mil habitantes. Su ejemplo se repitió en otros tres municipios provinciales, donde una unión de fuerzas similar intentará expulsar a históricos jefes de comuna el próximo 10 de diciembre. La maestra se hará cargo de una comuna donde se acostumbraba encerrar a los wichi para que no voten, una zona que conoce de desnutrición y miseria.

–¿Cómo decidió competir por la intendencia?

–Siempre estuve involucrada en trabajo social como docente y en la lucha de mi gente por las tierras, porque muchos estaban siendo desalojados, y otros, con juicios a la espera de resolución. El intendente al que le ganamos no respondía a las necesidades y entonces buscamos a alguien que piense y sienta como nosotros y la gente confió en mí.

–¿Con partido propio?

–Con la lista del Partido de la Victoria, que a su vez llevó a Juan Manuel Urtubey como candidato a gobernador. Fuimos con él porque escuchó las demandas por la tierra y firmó el decreto que beneficia a los pequeños productores, aunque todavía falta que se aplique.

–¿Qué más hizo por ustedes?

–Su aporte sirvió para que llegaran los fondos desde la Nación, sumados a todos los beneficios sociales. Todo eso ayudó mucho y así comenzó a cambiar la historia para los habitantes de nuestra zona. Siempre vivimos en condiciones desfavorables, pero a partir de esa ayuda pudimos pensar y tomar otra posición.

–Cuénteme de su alianza con los wichi.

–Conformamos un grupo donde participaron dirigentes de distintos partidos. Además se sumaron las organizaciones campesinas y las aborígenes, y eso fue muy fuerte. Nos organizamos con distintas estrategias para combatir un aparato político instalado desde siempre, y con poder económico. Nosotros sólo contábamos con recursos humanos, un recurso muy heterogéneo, junto con gente del pueblo y comerciantes que se fueron sumando al proyecto.

–¿Qué propuesta cumplirá sí o sí?

–Quizá siempre se busque la resolución de los problemas en lo económico. Lo que queríamos recuperar era el respeto. Las políticas que se aplicaron nos negaron la participación. Quisimos recuperar ese respeto, nuestro derecho y autoestima. Otra de las demandas es la falta de trabajo y fondos para la gente necesitada porque siempre se desviaron, canalizados por el municipio. Faltan microcréditos que generen trabajo para gente que es muy habilidosa naturalmente.

–¿Se tenía fe?

–Mucha, y la gente lo demostró apoyando y escuchando. Es muy fácil que alguien se siente y arme un proyecto de gobierno. Nosotros operamos de otra manera, reuniéndonos en los barrios y los parajes. Lo hicimos con los aborígenes, que son muy especiales, porque tienen mucha capacidad para escuchar y cuando se les da oportunidad de diálogo son muy directos al expresar sus ideas.

–¿Le resultó fácil ganarle a un histórico?

–Todavía vivo la emoción de haber ganado. Sobre todo, recuerdo la alegría de la gente que salió a festejar a las calles. Fue como una liberación, que más o menos podría compararse a lo que pasó en 1810. Nuestro lema fue: “Sin plata y en alpargatas, le ganamos a Atta”.

–¿Cómo es la relación actual con los aborígenes?

–Las políticas que se han aplicado nos hicieron creer por años que no podíamos hacer cosas en común. Nos hicieron individualistas, donde cada uno peleaba con su realidad, costaba mucho integrarse. Siempre les decía que nos podían dividir muchas cosas pero que cuando encontráramos algo en común nos uniríamos. El eje de nuestra unión fue la lucha por la tierra. La llegada del asfalto a la ruta 81 fue positiva por un lado, pero negativa por otro: la gente compra tierras y con eso quieren desocuparnos.

–¿Qué otro campo vinieron a proponerle a la Presidenta?

–Le proponemos ese campo propio, nativo, donde queremos seguir viviendo, criando animales y con una agricultura que permita la alimentación. De los grandes productores nos diferenciamos, además del poder económico, por un sentimiento de pertenencia. Queremos el campo con recursos naturales, que no nos saquen los árboles porque va a quedar un desierto. Están avanzando hasta muy cerca con la soja y ésa es otra lucha nuestra.

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