Un neoliberalismo blanco
Los armados políticos que se van perfilando para las elecciones de 2013 muestran que los partidos de oposición se proponen modificar sustancialmente el modelo político de crecimiento económico con inclusión social. ¿En qué medida estas alianzas expresan la persistencia del proyecto político que quedó trunco en 1999?
El triunfo del neoliberalismo en los años noventa radicó tanto en haber encontrado en la figura de Menem un liderazgo político, como en el hecho de que las fuerzas opositoras se constituyeron menos en alternativas políticas al menemismo que en opciones que prometían ejecutar sus notas salientes de una manera más "pulcra" y acorde con la “tradición republicana”. Así, frente al neoliberalismo “carnavalesco” y “peronista”, proponían un neoliberalismo “austero” y “republicano”. Frente a un neoliberalismo “negro” prometían un "neoliberalismo blanco”. De este modo, en los años noventa el arco político podía ser menemista o anti-menemista pero en cualquier caso era neoliberal.
A diferencia de los años noventa, cuando se podía estar en contra de Menem para imponer “mejor” el modelo, los armados políticos que se van perfilando para las elecciones de 2013 muestran que los partidos de oposición se proponen vencer al elenco kirchnerista para modificar sustancialmente el modelo político de crecimiento económico con inclusión social y sus amplias conquistas. Tanto la alianza entre el PRO y los sectores del peronismo no kirchnerista como la del radicalismo, socialismo, coalición cívica y proyecto sur, pretenden ofrecer como alternativa al kichnerismo una reversión de aquel “neoliberalismo blanco” que tuvo en la figura de Fernando De la Rúa su máxima expresión de éxito y fracaso.
"No solo se busca efectuar un brutal ajuste sino fundamentalmente que ese ajuste sea llevado a cabo por el kirchnerismo."
¿En qué sentido el “neoliberalismo blanco” que actualmente se opone al kirchnerismo rememora al de los años noventa? Sin la fórmula de la convertibilidad, lo esencial de la concepción en materia económica no ha cambiado. La clave reside en contraer la base monetaria (supuestamente para combatir la “inflación”, pero en realidad para debilitar la intervención estatal en aras de apuntalar la demanda agregada) y acomodar el tipo de cambio siguiendo una regla a rajatabla: la de incrementar la rentabilidad de los sectores que ya detentan altas rentabilidades y, en el mismo acto, bajar en términos relativos el “costo laboral”. El latiguillo de que es necesario, mediante una brusca devaluación, reacomodar los precios internos en relación con los externos para que gane “competitividad” la “economía” sigue esta lógica, aunque no hace más que maquillar lo que efectivamente se busca, que no es sólo efectuar un brutal ajuste sino fundamentalmente que ese ajuste sea llevado a cabo por el kirchnerismo.
Si históricamente los sectores que se favorecerían con este tipo de medidas justificaron la existencia del poder político siempre y cuando fuera capaz de asumir los “costos” del ajuste, en este contexto se sobreimprime un diagnóstico coyuntural: que no se puede doblegar electoralmente al kirchnerismo sin antes haberlo doblegado imponiéndole un ajuste, puesto que de lo contrario sus bases sociales le seguirán respondiendo de una manera lo suficientemente firme como para que no sea posible borrarlo del mapa político.
Este neoliberalismo residual, que se prefiere "blanco", no pide que se retire el Estado, sino que su intervención se realice garantizando cuotas más altas de rentabilidad empresarial. De este modo, la consigna de devaluar al 40% y la abstención de la gran mayoría del bloque del PRO, auspiciada por su jefe político, respecto a la votación de la Ley de Fertilización Asistida, muestra cierta coherencia ideológica. Se exige que el Estado intervenga –vía devaluación- para incrementar todavía más la rentabilidad de los sectores que reciben divisas por la exportación (el caso ejemplar es el del campo pero no es el único) y que se abstenga –en el caso de la Ley de Fertilización- para no alterar la rentabilidad de las prepagas. Un republicanismo coherente a una república de propietarios.
Al mismo tiempo, este ideario vuelve a colocar en el centro de la escena a los "pseudo-economistas" típicos de los años noventa. El caso de Sturzenegger es paradigmático de ese tipo de “intelectual orgánico” propio del neoliberalismo, un tipo de intelectual que por detentar determinados “saberes” económicos se cree habilitado a emitir opinión sobre cualquier fenómeno social. Sus recientes analogías entre el kirchnerismo y el nazismo hablan a las claras del carácter superficial con que estos “expertos” han sido formados en materia histórica, política y social -justamente aquellas temáticas que el actual gobierno de la Ciudad de Buenos Aires pretende disminuir de los contenidos curriculares de la escuela secundaria.
En el mismo momento en que realza a los “expertos” de la economía, este neoliberalismo estigmatiza a los políticos. Así, TN presenta el staff del PRO subrayando que no “provienen” de la política y Fernando “Pino” Solanas le confiesa a La Nación que el kirchnerismo no es un proyecto “político e ideológico” sino un “proyecto de poder”, con lo cual, según su lógica, habría proyectos de poder que no tendrían connotaciones políticas y proyectos políticos que no aspirarían a ser proyectos de poder. Con este ideario, los sectores dominantes de la economía pueden descansar tranquilos: la política no estaría hecha para disputar el poder sino más bien para cumplir una función cara a la conciencia republicana, la de fiscalizarse a sí misma. Así, la democracia se convertiría en un régimen político “sano”, a costa de haber renunciado de antemano a servir de plataforma de cualquier proyecto de poder popular que aspire a la transformación del mundo histórico.
Coartada la idea de que la política tiene que estar al servicio de la construcción de un poder alternativo a los realmente existentes, el "neoliberalismo blanco", además de la política cambiaria, se orienta a retrotraer las cosas a los años noventa en dos capítulos relevantes de las transformaciones impulsadas por el kirchnerismo: en materia de derechos humanos, reaparecen las voces que claman por la suspensión de los juicios a los responsables de delitos de lesa humanidad; en materia de política internacional, se demanda el realineamiento del país y del continente con los Estados Unidos. La opción de Binner por Capriles es todo un posicionamiento al respecto, acorde con la supuesta política internacional “aislacionista” argentina que recurrentemente denuncia La Nación en sus editoriales.
Ahora bien, para que retorne este "neoliberalismo blanco" debieron ocurrir algunas cosas. En primer lugar, si en los noventa este ideario aspiraba a quedarse con las empresas del Estado, en la actualidad, lo que se busca es reorientar –y en muchos casos limitar- los instrumentos estatales recuperados por el kirchnerismo. La percepción que tienen estos grupos –a veces el concepto de “corporación” es muy generoso con ellos- es que el kirchnerismo significa niveles salariales y “gasto público” demasiado elevados. Al mismo tiempo, representa un actor díscolo, que en cualquier momento es capaz de cambiar el escenario político y que en definitiva trabaja para dotar al Estado de una “autonomía relativa” incompatible con estas concepciones. En fin, si en algún momento significó un principio de ordenamiento, y en ese sentido podía tolerarlo, para el neoliberalismo "blanco" el kirchnerismo ahora es un estorbo.
"Para el neoliberalismo 'blanco' el kirchnerismo ahora es un estorbo."
En segundo lugar, para que retorne el "neoliberalismo blanco" es necesaria una marcada ausencia de autocrítica en las clases dominantes respecto a lo acontecido en los años noventa. Lo que se desprende de sus diagnósticos es que el modelo neoliberal fracasó a fines de los noventa por no haber encontrado un liderazgo acorde con las circunstancias y un sector externo desfavorable. Si en el primer caso el lamento es por no encontrar ni por fuera ni por dentro del peronismo un liderazgo como el de Menem, en el segundo caso se resume diciendo que el kirchnerismo tuvo la fortuna de contar con un precio elevado de la soja, un precio que, de haber existido antes, hubiera hecho inviable el surgimiento del “populismo” y que, por haber existido después de la debacle del 2001, explica su perdurabilidad. En ningún caso, desde luego, se mencionan las gravísimas consecuencias del modelo neoliberal en Argentina.
Por este motivo, las alianzas electorales que se están perfilando, sean aquellas decididas por la derecha empresarial o las del arco conservador que se presenta como “progresista”, no son únicamente coaliciones diseñadas para ocupar cargos legislativos que se ven amenazados o para rememorar las viejas proezas del anti-peronismo histórico: son también un intento de retomar el neoliberalismo con "pulcritud republicana" que quedó trunco en 1999.
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